CUENTO MENSUAL
ESTABA en la cuarta clase. Era un apuesto florentino de doce años, de cabellos negros y tez blanca, hijo mayor de un empleado de ferrocarriles que, por tener mucha familia y poco sueldo, vivía con suma estrechez. Su padre le quería mucho y se le mostraba bondadoso e indulgente en todo, menos en lo tocante a la escuela; en esto era muy exigente y severo, porque el chico debía estar pronto preparado para obtener un empleo con que ayudar al sostenimiento de la familia. Y ya se sabe que para conseguir pronto alguna colocación hay que trabajar mucho en poco tiempo. Aunque el chico era estudioso, el padre le incitaba siempre más y más a estudiar.
El hombre era de bastante edad, pero el excesivo trabajo le había envejecido prematuramente. Con todo, para proveer a las necesidades de la familia, además del trabajo que le requería su empleo, todavía se procuraba de un lado y de otro trabajos extraordinarios de copista, pasando sin descansar en su mesa buena parte de la noche.
Últimamente había recibido de una editorial, que publicaba libros y periódicos, el encargo de escribir en las fajas los nombres y dirección de los abonados, ganando tres liras por cada quinientas de aquellas tiras de papel escritas con caracteres grandes y regulares.