Corazón

Eso es valor, Enrique, el valor del corazón que no razona ni vacila, y va derecho con los ojos cerrados a donde oye el grito de quien se muere. Un día te llevaré a los ejercicios de amaestramiento que realizan los bomberos, y te presentaré al jefe Robbino, porque creo que te gustará conocerlo, ¿no es así?»

Yo respondí que sí.

—Aquí lo tienes —dijo mi padre.

Yo me volví de repente. Los dos bomberos, una vez terminada la visita de inspección, cruzaban la habitación para salir de casa.

Mi padre me señaló al más bajo, que llevaba galones, y me dijo:

—Estrecha la mano al señor Robbino.

El aludido se detuvo y me dio la mano, sonriendo; yo se la estreché; él me hizo el saludo y se marchó.

—No olvides este momento —añadió mi padre—, porque de los millares de manos que estreches en tu vida, tal vez no haya ni diez que valgan como la suya.

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