La historia de Simbad el marino

Por la mañana salió y se fue a la sala de justicia. Y el diwán se llenó con la muchedumbre de visires, emires, chambelanes, guardias y gente de palacio. Y el último que entró fue el gran visir, padre de Schehrazada, que llevaba debajo del brazo el sudario destinado a su hija, a la cual creía aquella vez muerta de veras; pero el rey no le dijo nada de tal asunto, y siguió juzgando y nombrando para los empleos, y destituyendo, y gobernando, y despachando los asuntos pendientes hasta terminar el día. Luego se levantó el diwán, y el rey volvió a palacio, mientras el gran visir seguía perplejo y en el límite extremo del asombro.

Y cuando fue de noche, el rey penetró en la habitación de Schehrazada e hicieron juntos lo que solían.

FIN






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