Las ultimas cartas de Stalingrado

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… Eres testigo de que yo siempre me sobresaltaba porque le tenía miedo al Este y a la guerra en general. Yo no era soldado, sino un hombre con uniforme. ¿De qué me sirve a mí esto y de qué les sirve a los demás que no se sobresaltaban ni tenían miedo? Sí, ¿de qué nos sirve a todos nosotros, los comparsas de este absurdo personificado? ¿Qué provecho sacaremos de una muerte heroica? He representado el papel de un muerto en la escena un par de docenas de veces, pero sólo lo he representado. Vosotros os sentabais frente a mí en las butacas de terciopelo y mi representación del muerto os parecía auténtica y fiel. Estremece darse cuenta de lo poco que tiene que ver la representación de la muerte con la muerte misma.

La muerte tenía que ser siempre heroica, fascinante, admirable, tenía que ser muerte por una gran cosa y convincente. ¿Y qué es realmente ahora y aquí? Un reventar, un morirse de hambre, un helarse, poca cosa más que un hecho biológico, como el comer y el beber. Caen como moscas, nadie se preocupa por ellos y se les entierra. Yacen por todas partes, sin brazos, sin piernas y sin ojos; con los vientres destripados. Habría que rodar una película con ellos para hacer imposible «la muerte más bella del mundo». Es una muerte de carnicería, que más tarde será ennoblecida en lo alto de un zócalo de granito con «guerreros moribundos» de cabeza o brazos envueltos en un vendaje.


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