… Si hay un Dios, me escribías en tu última carta, Él te devolverá a mi lado pronto sano y salvo; un hombre como tú, seguías escribiendo, que ama a los animales y a las flores y que no hace mal a nadie, que ama y honra a su mujer y a su hijo, está siempre bajo la protección de Dios.
Gracias por estas palabras. Llevo siempre la carta conmigo, metida en el morral. Pero, queridísima, si se sopesan bien tus palabras y resulta que tú haces depender de esto la existencia de Dios, entonces tienes que hacer frente a una grave y tremenda decisión. Yo soy una persona religiosa, tú fuiste siempre creyente, pero ahora tiene que ser de otra manera si los dos extraemos conclusiones de lo que ha sido hasta hoy nuestra particular orientación, porque se ha presentado una circunstancia que convierte en ilusorio todo aquello en lo cual creíamos. ¿O acaso tú no lo sospechas? ¡Se advierte un tono tan singular en tu última carta del 8 de diciembre! Estamos a mitad de enero.