En este último capÃtulo compara dos vicios de las dos virtudes, de que hasta agora ha tratado, el uno por exceso, que es la disolución, y el otro por defecto, que es la cobardÃa, de los cuales dos vicios la disolución es exceso de la temperancia, y la cobardÃa defecto de la fortaleza.
Prueba, pues, la disolución tanto ser más digna de reprensión que no la cobardÃa, cuanto es más voluntaria y más puesta en nuestra libertad de albedrÃo. Porque la cobardÃa parece nacer de una escaseza o poquedad de ánimo, y la disolución de la misma voluntad.
La disolución, cosa más voluntaria parece que no la cobardÃa: pues ésta nace del deleite, y aquélla de la tristeza, de las cuales dos cosas el deleite es cosa de amar, y la tristeza de aborrecer. Y la tristeza disipa y destruye la naturaleza del que la tiene, mas el deleite ninguna cosa de esas hace, antes procede más de nuestra elección, y por esto es digno de mayor reprensión; pues en semejantes cosas es más fácil cosa acostumbrarnos. Porque muchas cosas hay en la vida desta condición, en las cuales el acostumbrarse es cosa que está lejos de peligro, lo cual en las cosas de espanto es al revés. Aunque parece que la cobardÃa asà en común tomada, no es de la misma manera voluntaria, que si en las cosas particulares la consideramos.