Los Lanzallamas

—Tenía una hermosa alma el Rufián. Recuerdo: una vez conversábamos sobre el coraje, y Haffner me contestó: “Soy un civilizado. No puedo creer en el coraje. Creo en la traición”. Qué hermosa alma tenía. Y qué vengativo era. Nadie le pegaba más cruelmente a una mujer que él. De la primera pobre diabla que dejó su casa y la máquina de escribir para seguirlo, hizo una prostituta. Naturalmente, para eso tuvo que suministrarle una paliza extraordinaria.

—¿La otra no lo abandonó?

—No… nada de eso… Sin embargo, este hecho le causó una profunda impresión al Rufián.

—Más impresión debe haberle producido a ella.







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