Los Lanzallamas

LOS ANARQUISTAS

Erdosain y el Astrólogo cruzan el Dock Sur. Las calles parecen bocas de hornos apagados. De distancia en distancia un bar alemán pone en la oscuridad el rectángulo rojo y amarillo de su vidriera. La carbonilla cruje bajo los pies de los dos hombres.

Marchan silenciosos, dejando atrás silos de portland agrupados como gigantes, oblicuos brazos de guinches52 rebasando las cabriadas de los talleres, torres de transformadores de alta tensión erizadas de aisladores y más enrejadas que cúpulas de “superdreadnaught”. De la boca de los altos hornos escapan flechas de gas azul, la comba de una cadena corta el espacio entre dos plataformas de acero, y un cielo con livideces de mostaza se recorta sobre las callejuelas que más allá de los emporios53 ascienden como si desearan fundirse en un camino escoltado de pinos.

El Astrólogo comenta la muerte del Rufián Melancólico:

—Es inútil… ya lo dice el proverbio: quien mal anda, mal acaba.

Erdosain casi suelta la carcajada. El Astrólogo continúa gravemente:

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