Los Lanzallamas

LOS AMORES DE ERDOSAIN

Erdosain se detuvo asombrado frente al nuevo edificio en el que se encontraba el departamento al cual se había mudado.

No terminaba de explicarse el suceso. ¿En qué circunstancias dejó su casa por la pensión en la cual hasta hacía algunos días vivía Barsut?

Preocupadísimo, miró en redor. Él vivía allí. ¡Había alquilado el mismo cuarto que ocupara Barsut! ¿Por qué? ¿Cuándo ejecutó este acto? Cerró los ojos para atraer a la superficie de su memoria los detalles que constituían la determinación para ejecutar aquel hecho absurdo, pero aquella franja de vida estaba demasiado cubierta de sucesos recientes y confusos. En realidad, está allí con la misma extrañeza con que podía encontrarse en un calabozo del Departamento de Policía. O en cualquier parte. Además, ¿de dónde ha sacado el dinero? ¡Ah, sí! El Rufián Melancólico… ¿Cuándo preparó sus maletas? Se pasa la mano por la frente, para disipar la neblina que cubre la franja mental, y lo único que sabe es que ocupa el mismo cuarto del hombre que lo ofendió cruelmente, y a quien hizo secuestrar, robar y matar. Pero Hipólita, ¿cómo averiguó su dirección? Inútilmente Erdosain cavila estos enigmas, del mismo modo que el hombre que despierta después de un acceso de sonambulismo se encuentra, perplejo, en parajes desconocidos a aquellos en los que se había dormido4.

—¡Oh! ¡Todo eso!… ¡Todo eso!…

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