Los Lanzallamas

En un rincón repiquetea débilmente la campanilla del teléfono.

—Para usted, Secretario —grita un hombre.

Rápidamente, el Secretario se acerca. Se pega al teléfono.

—Sí, con el Secretario. Oigo… Hable… Más fuerte, que no se oye nada… ¿Eh?… ¿Eh?… ¿Se mató Erdosain?… Diga…. Oigo… Sí… Sí… Sí… Oigo… Un momento… ¿Antes de Moreno?… Tren… Tren número. Un momento… —el Secretario anota en la pared el número 119—. Siga… Oigo… Un momento… Diga… Pare la máquina… Diga… Sí… Sí… Va en seguida.

El Capataz le hace una señal al Jefe de Máquinas. Este aprieta un botón marrón. El ruido del oleaje merma en el taller. Resbala despacio la sábana de papel. La rotativa se detiene. Silencio mecánico.

El Secretario se acerca rápidamente al escritorio del taller y escribe en un trozo de papel cualquiera: «En el tren de las nueve y cuarenta y cinco se suicidó el feroz asesino Erdosain».

Le alcanza el título a un chico, diciendo:

—En primera página, a todo lo ancho.

Escribe rápidamente en otro trozo de papel sucio:

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