Los Lanzallamas

Y ese planteo esencial está continuado en esta serie de “conversaciones” por Erdosain, cuya expresión clave podría ser: “Estoy monstruosamente solo [...] No me importa nada. Dios se aburre igual que el Diablo”. Es un Erdosain que nos remite al existencial personaje de Yank en El mono velludo de O'Neill; como él, se siente desprotegido por el autor de sus días, arrojado a la existencia. Como él, la incapacidad de escindir el volumen geométrico de los seres, de las cosas, del hombre y del mundo, impidiéndole llegar a la realidad última y verdadera, lo devuelven a sus orígenes, y “como las grandes fieras carniceras da un gran salto en el vacío, cae sobre la alfombra y despierta en cuclillas sorprendido” (Op. Om. Fabril, pág. 35, T. II).

Y ese simio triste que es el hombre pasa de la angustia al humor; de pronto se divierte consigo mismo, como cuando le dice a la primaria Doña Ignacia: “y algún día, cuando yo me haya muerto, la vendrán a ver a usted y le dirán: «Pero, díganos, señora, ¿cómo era ese mozo?»”

Y del humor pasa a la necesidad de humillación, y de ahí al “deseo inconsciente de vengarse de todo lo que antes había sufrido”; entonces no ríe con sus personajes, sino que los descarna en un realismo impío, soberbio, resentido e impenitente, que para autocastigarse afecta el cinismo, o apela al naturalismo del “cajón de basura” a lo Zola.

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