Emma

Por fin el señor Woodhouse se fue; pero el señor Knightley, en vez de disponerse a salir también, volvió a sentarse como si estuviera deseoso de más conversación. Empezó hablando de Harriet y haciendo espontáneamente grandes elogios suyos, más de los que Emma había oído jamás en sus labios.

—Yo no podría alabar su belleza tanto como usted —dijo él—, pero es una muchacha linda, y me inclino a creer que no le faltan buenas prendas. Su personalidad depende de la de los que le rodean; pero en buenas manos llegará a ser una mujer de mérito.

—Me alegra saber que piensa usted así; y confío en que no eche de menos esas buenas manos.

—¡Vaya! —dijo él—. Veo que lo que está deseando es que le haga un cumplido, de modo que le diré que gracias a usted ha mejorado mucho. Usted le ha hecho perder su risita boba de colegiala, y eso dice mucho en favor de usted.

—Muchas gracias. Confieso que me llevaría un disgusto si no pudiera creer que he servido para algo; pero no todo el mundo nos elogia cuando lo merecemos. Usted, por ejemplo, no suele abrumarme con demasiadas alabanzas.

—Decía usted que la está esperando esta mañana, ¿no?

—Sí, de un momento a otro. Por lo que dijo ya hubiera debido de estar de vuelta.

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