¡El cuadro! ¡Cómo se habÃa interesado por aquel cuadro! ¡Y la charada! Y cien detalles más…; ¡todos parecÃan apuntar tan claramente a Harriet…! Desde luego que la charada con aquello del «ingenio»… aunque por otra parte lo de los «dulces ojos»… El hecho era que aquello podÃa decirse de cualquiera; era un embrollo de mal gusto y sin gracia. ¿Quién hubiera podido sacar algo en claro de aquella tonterÃa tan insÃpida?
Claro está que a menudo, sobre todo últimamente, Emma habÃa notado que sus modales para con ella eran innecesariamente galantes; pero lo habÃa considerado como una rareza suya, como una de sus exageraciones, una muestra más de su falta de tacto, de buen gusto, una prueba más de que no siempre habÃa alternado con la mejor sociedad; que a pesar de lo cortés de su trato a veces ignoraba lo que era la verdadera distinción; pero hasta aquel mismo dÃa, nunca ni por un momento habÃa imaginado que todo aquello significaba algo más que un respeto agradecido como amiga de Harriet.