Emma

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CAPÍTULO XXXVII

UNA pequeña y tranquila reflexión sobre la naturaleza de su inquietud al oír aquellas nuevas de Frank Churchill, bastó para tranquilizar a Emma. No tardó en convencerse de que no era por sí misma que se sentía temerosa y confusa; era por él. La verdad era que el afecto de ella se había convertido en algo tan tenue en lo que ya casi no valía la pena pensar; pero si el joven, que, indudablemente de los dos siempre había sido el más enamorado, iba a regresar con un sentimiento tan intenso como el que le embargaba cuando se fue, la situación sería muy penosa; si una separación de dos meses no había enfriado su corazón, ante Emma se presentaban una serie de peligros y de males; tanto por él como por ella sería preciso tener muchas precauciones. Emma no estaba dispuesta a que la paz de su espíritu volviera a verse comprometida, y por lo tanto era ella quien debía evitar cualquier cosa que pudiera alentar al joven.

Su deseo era no permitir que Frank Churchill llegara a una declaración de amor en toda regla. ¡Eso significaría una conclusión tan dolorosa para su amistad! Y sin embargo no dejaba de prever que iba a ocurrir algo decisivo. Tenía la impresión de que no terminaría la primavera sin traer un estallido, un acontecimiento, algo que alterase su actual estado de ánimo, equilibrado y tranquilo.


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