Emma

Lo cierto era que los verdaderos peligros de la situación de Emma eran, de una parte, que en todo podía hacer su voluntad, y de otra, que era propensa a tener una idea demasiado buena de sí misma; éstas eran las desventajas que amenazaban mezclarse con sus muchas cualidades. Sin embargo, por el momento el peligro era tan imperceptible que en modo alguno podían considerarse como inconvenientes suyos.

Llegó la contrariedad —una pequeña contrariedad—, sin que ello la turbara en absoluto de un modo demasiado visible: la señorita Taylor se casó. Perder a la señorita Taylor fue el primero de sus sinsabores. Y fue el día de la boda de su querida amiga cuando Emma empezó a alimentar sombríos pensamientos de cierta importancia. Terminada la boda y cuando ya se hubieron ido los invitados, su padre y ella se sentaron a cenar, solos, sin un tercero que alegrase la larga velada. Después de la cena, su padre se dispuso a dormir, como de costumbre, y a Emma no le quedó más que ponerse a pensar en lo que había perdido.





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