Emma

Cuando poco después Emma oyó decir que habían visto a Jane Fairfax paseando por los prados a cierta distancia de Highbury, la tarde del mismo día en el que, con la excusa de que no estaba en condiciones de hacer ninguna clase de ejercicio, había rechazado tan tajantemente su ofrecimiento de salir con ella en el coche, no pudo tener ya la menor duda, teniendo en cuenta todos aquellos indicios, que Jane estaba decidida a no admitir ningún favor de ella. Lo sintió, lo sintió mucho. Estaba muy dolida al verse en una situación como aquélla, quizá la más penosa de todas, sintiéndose mortificada, dándose cuenta de que todo lo que hiciera sería inútil y de que no podía luchar contra aquello; y la humillaba el que dieran tan poco crédito a sus buenos sentimientos y la considerasen tan poco digna de amistad; pero tenía el consuelo de pensar que sus intenciones eran buenas y de poderse decir a sí misma que si el señor Knightley hubiese podido conocer todos sus intentos para ayudar a Jane Fairfax, si hubiera podido incluso leer en su corazón, esta vez no hubiera encontrado motivos para hacerle ningún reproche.





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