Quedó tan bien impresionada por la carta que cuando volvió el señor Knightley quiso que él la leyera; estaba segura de que la señora Weston no se hubiera opuesto a ello; sobre todo, tratándose de alguien que, como el señor Knightley, habÃa encontrado tan reprochable su conducta.
—Me gustará leerla —dijo—. Pero parece que es un poco larga. Me la llevaré a casa y la leeré esta noche.
Pero esto no era posible. El señor Weston les visitarÃa aquella tarde y tenÃa que devolvérsela.
—Yo preferirÃa hablar con usted —replicó él—; pero ya que, según parece, se trata de una cuestión de justicia, la leeremos.
Empezó la lectura… pero en seguida se interrumpió para decir: —Si hace unos meses me hubieran ofrecido leer una de las cartas de este joven a su madrastra, le aseguro, Emma, que no me lo hubiese tomado con tanta indiferencia.
Siguió leyendo para sÃ; y luego, con una sonrisa, comentó:
—¡Vaya! Un encabezamiento de lo más ceremonioso… Es su manera de ser… El estilo de uno no va a ser norma obligatoria para todos los demás… No seamos tan exigentes.
Al cabo de poco añadió: