Orgullo y prejuicio

―¡Qué repentinamente se fueron ustedes de Netherfield el pasado noviembre, señor Darcy! ―le dijo―. Debió de ser una sorpresa muy grata para el señor Bingley verles a ustedes tan pronto a su lado, porque, si mal no recuerdo, él se había ido una día antes. Supongo que tanto él como sus hermanas estaban bien cuando salió usted de Londres.

―Perfectamente. Gracias.

Elizabeth advirtió que no iba a contestarle nada más y, tras un breve silencio, añadió:

―Tengo entendido que el señor Bingley no piensa volver a Netherfield.

―Nunca le he oído decir tal cosa; pero es probable que no pase mucho tiempo allí en el futuro. Tiene muchos amigos y está en una época de la vida en que los amigos y los compromisos aumentan continuamente.

―Si tiene la intención de estar poco tiempo en Netherfield, sería mejor para la vecindad que lo dejase completamente, y así posiblemente podría instalarse otra familia allí. Pero quizá el señor Bingley no haya tomado la casa tanto por la conveniencia de la vecindad como por la suya propia, y es de esperar que la conserve o la deje en virtud de ese mismo principio.

―No me sorprendería ―añadió Darcy― que se desprendiese de ella en cuanto se le ofreciera una compra aceptable.

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