Orgullo y prejuicio

Releía un día, mientras paseaba, la última carta de Jane y se fijaba en un pasaje que denotaba la tristeza con que había sido escrita, cuando, en vez de toparse de nuevo con Darcy, al levantar la vista se encontró con el coronel Fitzwilliam. Escondió al punto la carta y simulando una sonrisa, dijo:

―Nunca supe hasta ahora que paseaba usted por este camino.

―He estado dando la vuelta completa a la finca ―contestó el coronel―, cosa que suelo hacer todos los años. Y pensaba rematarla con una visita a la casa del párroco. ¿Va a seguir paseando?

―No; iba a regresar.

En efecto, dio la vuelta y juntos se encaminaron hacia la casa parroquial.

―¿Se van de Kent el sábado, seguro? ―preguntó Elizabeth.

―Sí, si Darcy no vuelve a aplazar el viaje. Estoy a sus órdenes; él dispone las cosas como le parece.

―Y si no le placen las cosas por lo menos le da un gran placer el poder disponerlas a su antojo. No conozco a nadie que parezca gozar más con el poder de hacer lo que quiere que el señor Darcy.

eXTReMe Tracker