Orgullo y prejuicio

Dicho esto salió precipitadamente de la habitación, y Elizabeth le oyó en seguida abrir la puerta de la entrada y salir de la casa.

La confusión de su mente le hacía sufrir intensamente. No podía sostenerse de pie y tuvo que sentarse porque las piernas le flaqueaban. Lloró durante media hora. Su asombro al recordar lo ocurrido crecía cada vez más. Haber recibido una proposición de matrimonio de Darcy que había estado enamorado de ella durante tantos meses, y tan enamorado que quería casarse a pesar de todas las objeciones que le habían inducido a impedir que su amigo se casara con Jane, y que debieron pasar con igual fuerza en su propio caso, resultaba increíble. Le era grato haber inspirado un afecto tan vehemente. Pero el orgullo, su abominable orgullo, su desvergonzada confesión de lo que había hecho con Jane, su imperdonable descaro al reconocerlo sin ni siquiera tratar de disculparse, y la insensibilidad con que había hablado de Wickham a pesar de no haber negado su crueldad para con él, no tardaron en prevalecer sobre la compasión que había sentido al pensar en su amor.

Siguió inmersa en sus agitados pensamientos, hasta que el ruido del carruaje de lady Catherine le hizo darse cuenta de que no estaba en condiciones de encontrarse con Charlotte, y subió corriendo a su cuarto.

 

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