La barra de los tres golpes

Cada personaje que llegaba al escenario era individualizado con el nombre de un catedrático, el Director, el Rector, o un subjefe de celadores; su aparición provocaba tal gritería que impedía oír el recitado; y la glosa de las acciones o las intenciones que le atribuían, podían escandalizar hasta a los más insensibles.

Para colmo de males a Vázquez le escondieron el sombrero que aquella noche lucía por primera vez; una prenda fina, cara, que exhibía con orgullo. Desesperóse en su búsqueda: de repente le indicaban que estaba en un palco y hacia allá iba corriendo, escaleras arriba; en ese lugar le aseguraban haberlo visto en determinado punto de la platea. Volvía Vázquez a trotar como un loco: hacía levantar a todos los espectadores de esa fila, que protestaban, gritaban, armaban un bochinche bárbaro. Y lo consolaban, diciéndole que un rato antes un señor lo había llevado a un palco ubicado en el lado contrario de donde él venía. Vuelta a correr; de nuevo se levantaban los ocupantes del palco; chillaban, reclamaban contra el intruso, pero el sombrero no aparecía.

Mientras tanto, los actores, que integraban un conjunto de aficionados, tal vez sorprendidos por el ruido que llegaba desde los asientos, continuaban sus esfuerzos para hacer percibir al público el valor incalculable de la obra del "príncipe de los ingenios".

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