La barra de los tres golpes

Urien, saludó cariñosamente: estaban igual, para él no pasaba el tiempo: su calma, su misma pausas en el lenguaje; su innegable ausencia de la materia. No traía inquietudes en el campo del saber; más que la de enseñar, parecía creer que su misión era la de un consejero, un animador: nunca faltaba en él una frase cordial, una recomendación paternal. Continuaba alejándose de la geografía para incursionar en los temas históricos, especialmente los hechos de armas de las fuerzas argentinas; aunque ya comenzaba a formarse en el espíritu de los colegiales, cierto escepticismo con respecto a los acontecimientos bélicos y al militarismo, se le escuchaba con satisfacción.

A principios de junio tuvo la iniciativa de un original sorteo. Preguntó quien estaba sin empleo y seis presentes levantamos la mano. Escribió "sí" en un papel y "no" en otros cinco, extrayéndose todos ellos de un sombrero; y yo, afortunado poseedor del "sí", me presentó al día siguiente a la "Compañía de Transportes Expreso Villalonga", para cuyas oficinas de contaduría habían solicitado un empleado. Me hice cargo del puesto al otro día y desde entonces dejé de tener apellido para ser llamado "el futuro contador de Villalonga", salvo un excepción, cuando en virtud de levantar la mano los dos hermanos para contestar una pregunta que pocos sabían, comentó: "Los Caletti son como los Gracos".

 

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