La barra de los tres golpes

Por esos años, grandes tachos de lata colocados en las calles por orden del intendente municipal, inundaron la ciudad con el sano propósito de hacer echar en ellos los desperdicios y contribuir a la higiene de la metrópoli, inspiración plausible que la práctica frustró.

Los recipientes, semicirculares, parados sobre tres patas de medio metro de altura, rematados

con una plancha de metal de poco más de un metro de alto por algo menos de ancho, servían, también para adherir y exhibir carteles de propaganda. En su. conjunto, cada tacho constituía un adefesio de latas y caños, muy antiestético, exceptuando una bonita placa ovalada de unos quince. centímetros de alto, con el escudo municipal esmaltado a fuego.,

Los muchachos le habían declarado la guerra a esos llamados "tachos de Cantilo" y algunos se habían especializado en destrozar sus tapas: a la voz de orden: "una, dos y ... tres", se, levantaban unas cuantas piernas que caían violentamente sobre

la tapa, desquiciándole.

Díaz se volvió, apasionado coleccionista de escudos. Cada uno, de sus camaradas se había transformado en detective y apenas divisaba una placa en su sitio, comunicaba la novedad a Díaz, quien, con paciencia notable se trasladaba al lugar señalado y, aumentaba en una unidad, su "stock" de escudos.

 

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