Pinocho

CAPITULO I

Cómo fue que el maestro Cereza, carpintero, encontró un pedazo de madera que lloraba y reía como un niño.

Había una vez…

—¡Un rey! —dirán de inmediato mis pequeños lectores.

No, niños, están equivocados. Había una vez un pedazo de madera.

No era una madera de lujo, sino un simple pedazo de leña, de esos que durante el invierno se meten en las estufas y en las chimeneas para encender el fuego y calentar las habitaciones.

No sé cómo sucedió, pero el hecho fue que un buen día este pedazo de madera apareció en la tienda de un viejo carpintero cuyo nombre era Antonio, pero a quien todos llamaban maestro Cereza, porque la punta de su nariz siempre estaba lustrosa y rojiza como una cereza madura.

Apenas el maestro Cereza vio ese pedazo de leño, se emocionó y, frotándose las manos de la felicidad, murmuró a media voz:

—Este pedazo de madera apareció justo a tiempo: quiero hacer con él la pata de una mesa.

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