El último de los Mohicanos

El turista, el valetudinario o el amante de las bellezas naturales que, a bordo de su vagón de tren, viaja rápidamente a través de los escenarios que hemos querido describir, sea en busca de información, o por razones de salud, o de placer, y que también puede flotar directamente hacia su objetivo por medio de esas aguas artificiales que han surgido bajo el mandato de un gobernante[23] que se atrevió a jugarse su credibilidad política en tan arriesgado asunto, ni siquiera se para a pensar que sus antepasados tuvieron que vérselas y deseárselas con esas colinas, o luchar con esas mismas comentes de agua, igualmente difíciles. De hecho, el transporte de una sola pieza de artillería pesada constituía en sí mismo una victoria tan grande como la de haber vencido al enemigo; siempre que las dificultades de su traslado concluyeran felizmente y no se hubiese separado de su ingrediente fundamental, la munición, sin la cual no sería más que un inofensivo tubo de hierro fundido.

En cualquier caso, los males que tuvo que padecer el militar escocés que dirigía la defensa de la fortaleza William Henry eran acuciantes. A pesar de que su adversario no tuvo en cuenta las colinas, sí había colocado con destreza sus baterías sobre el terreno llano, además de asegurarse una buena actuación por parte de éstas. Frente a semejante asalto, los asediados sólo pudieron ofrecer la resistencia propia de un puesto aislado y escasamente equipado para tales propósitos.

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