El último de los Mohicanos

Al terminar de decir esto, el veterano volvió a inclinar la cabeza hacia abajo y comenzó su lento regreso al fuerte, dando claras señales de abatimiento en su manera de moverse, lo cual fine interpretado por los soldados que lo vieron como un oscuro presagio de lo que les aguardaba.

El orgullo y los demás sentimientos de amor propio que caracterizaban a Munro jamás se recuperaron de este golpe. Muy al contrario, a partir de aquel momento, comenzó un decaimiento en su ánimo que le llevaría rápidamente a la tumba. Duncan permaneció para acordar los términos de la capitulación. Se le volvió a ver entrando en el fuerte durante las primeras guardias nocturnas y, tras celebrar un encuentro en privado con el comandante jefe, se le vio marchar de nuevo. Fue entonces cuando se anunció públicamente que las hostilidades debían cesar; Munro había firmado un tratado mediante el cual la plaza debía de ser entregada al enemigo por la mañana, mientras los efectivos de la misma podían conservar sus armas, sus colores y sus pertenencias, lo cual suponía también, desde el punto de vista militar, la conservación de su honor.



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