El último de los Mohicanos

Tras una hora dando rienda suelta a sus mejores sentimientos, Chingachgook anunció repentinamente su deseo de dormir, envolviéndose la cabeza con su manta y extendiendo su cuerpo sobre la tierra, sin aislarse de la superficie de la misma. La alegría de Untas cesó inmediatamente y, tras ordenar las brasas de tal manera que despidieran calor hacia los pies de su padre, el joven preparó su propia almohada en medio de las ruinas del lugar.

Dando paso a un renovado sentido de la confianza, inspirado a su vez por la seguridad que rezumaban los experimentados hombres del bosque, Heyward pronto siguió el ejemplo de éstos; así, mucho antes de que terminara la noche, los que yacían tendidos en medio de las ruinas parecían dormir tan profundamente como los miembros de esa multitud cuyos huesos ya empezaban a blanquear en la llanura circundante.







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