El último de los Mohicanos

Capítulo XXIV

Así habló el sabio: los reyes sin demora

Disuelven la reunión y obedecen a su jefe.

Pope, La Ilíada.

Bastó un solo momento para convencer al joven de que estaba equivocado. Una mano se posó con inmensa fuerza sobre su hombro, y la suave voz de Uncas le susurró al oído:

—Los hurones son indignos. Ver la sangre de un cobarde no debe hacer temblar a un guerrero. El «Cabellos Grises» y el sagamore están a salvo, y el fusil de Ojo de halcón no duerme. Ahora vete; Uncas y «Mano tendida» deben ser desconocidos entre sí. Basta por ahora.

Heyward hubiera querido saber más, pero un leve empujón por parte de su amigo le llevó hacia la puerta, recordándole el peligro que podría suponer el que fueran descubiertos. Con lentitud y torpeza, marchó del lugar y se introdujo en la multitud que estaba congregada allí cerca. Las debilitadas fogatas del descampado apenas iluminaban las siluetas de los que iban y venían en silencio, esporádicamente alumbrando la figura de Uncas, quien se mantenía dentro de la casa junto al cadáver del hurón.

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