A pesar del empeño mostrado por Ojo de halcón, éste era plena-mente consciente de todas las dificultades y peligros que entrañaba su acción. A su regreso al poblado, sus agudos y experimentados instintos estaban en alerta para poder burlar las vigilancias de sus enemigos, cuyas facultades para montar guardia no eran inferiores a las suyas —cosa que él ya sabía—. Tanto Magua como el hechicero se salvaron de la muerte gracias a que su contrincante era blanco, ya que, a pesar de ser ambos una clara amenaza para su seguridad, el explorador no creía en el acto de matar a sangre fría; una práctica completamente normal en el caso de un indio, pero totalmente indigna de un hombre de sangre europea y sin mestizaje. Por ello, confió en las ataduras y cuerdas con las que había sujetado a sus contrincantes, y prosiguió su camino hacia el centro del conglomerado de chozas. A medida que se iba aproximando a las viviendas, su paso se hizo más firme, mientras que a su vista no se le escapaba ni la más mínima señal, bien fuera amistosa u hostil. Una choza destartalada se encontraba algo más alejada del resto, con aspecto de haber sido abandonada antes de ser terminada —seguramente a causa de la escasez de materiales para su culminación—. No obstante, una tenue luz se divisaba a través de sus rendijas, dando a entender que a pesar de su cochambroso estado no se encontraba desocupada. El explorador se dirigió hacia allí cual prudente general que analiza las posiciones del enemigo antes de lanzar un gran ataque.