El último de los Mohicanos

—Antes de que el sol se ponga, el agua pequeña se unirá a la grande —luego añadió, señalando en la dirección a la que se refería—, las dos son bastante para los castores.

—Eso pensé yo —le contestó el explorador, mirando hacia las cimas de los árboles—, a juzgar por su curso y la situación de las montañas. Compañeros, nos mantendremos a cubierto en sus orillas hasta que detectemos a los hurones.

Sus compañeros asintieron mediante la consabida expresión india, a medio camino entre palabra y gruñido; pero al ver que su líder pretendía ir en cabeza, un par de ellos hicieron señas de que no debiera hacerlo. Ojo de halcón les comprendió inmediatamente y, volviéndose, se percató de que su grupo había sido seguido por el maestro de canto.

El explorador le preguntó con seriedad, y no exento de orgullo por su parte:

—¿Usted ya sabrá, amigo, que éste es un grupo de combatientes escogidos para una misión muy peligrosa, puestos bajo el mando de un no menos exigente patrón? En no menos de cinco minutos, ni más de treinta, nos cruzaremos con algún hurón, vivo o muerto.

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