La manipulación del entorno también se extiende a las dinámicas sociales. El manipulador emplea la disposición de los objetos y de las personas para crear una jerarquía tácita en la que se presenta como una figura central o autoritaria. Situarse en una posición de altura, elegir un asiento dominante en una mesa o tener el control de la iluminación son tácticas que proyectan poder y autoridad. En un espacio donde los demás perciben su papel como subordinado o dependiente, la influencia sobre sus decisiones se refuerza, ya que el entorno mismo sugiere quién debe liderar y quién debe seguir.
Las interacciones sociales también son parte de este control ambiental. Rodearse de aliados o personas que refuercen la autoridad del manipulador crea una especie de “eco” de aprobación. La persona manipulada percibe, consciente o inconscientemente, que los demás respaldan la opinión o el deseo del manipulador, lo que refuerza su posición. Así, el entorno social se convierte en una estructura donde cada elemento parece confirmar y justificar las decisiones que el manipulador sugiere o impone.