El Principito

Y se hundió en un ensueño durante largo tiempo. Luego sacando de su bolsillo mi cordero, se abismó en la contemplación de su tesoro.

Imagínense cómo me intrigó esta semiconfidencia sobre los otros planetas. Me esforcé, pues, en saber algo más:

—¿De dónde vienes, muchachito? ¿Dónde está «tu casa»? ¿Dónde quieres llevarte mi cordero?

Después de meditar silenciosamente me respondió:

—Lo bueno de la caja que me has dado es que por la noche le servirá de casa.

—Sin duda. Y si eres bueno te daré también una cuerda y una estaca para atarlo durante el día.

Esta proposición pareció chocar al principito.

—¿Atarlo? ¡Qué idea más rara!

—Si no lo atas, se irá quién sabe dónde y se perderá.

Mi amigo soltó una nueva carcajada.

—¿Y dónde quieres que vaya?

—No sé, a cualquier parte. Derecho, camino adelante.

Entonces el principito señaló con gravedad:

—¡No importa, es muy pequeña mi tierra!

Y agregó, quizás, con un poco de melancolía:

—Derecho, camino adelante. No se puede ir muy lejos.

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