Robinson Crusoe

No habrá de causar asombro el que estas tareas se llevaran la mayor parte de mi tercer año en la isla, ya que además de ellas tenía en los intervalos que ocuparme en mi nueva cosecha y la labranza. Hice a su debido tiempo la recolección del grano y lo llevé a casa como pude, guardando las espigas en las grandes tinajas hasta tener tiempo para desgranarlas a mano, pues carecía de lugar para trillarlas así como de los necesarios instrumentos.

Como mi provisión de cereales iba en aumento, empecé a ver la necesidad de construir mayores graneros. Quería un sitio donde tenerlos bien guardados, porque la cosecha había sido tan buena que me dio cerca de veinte fanegas de cebada y otro tanto de arroz, de modo que me resolví a emplearlos sin hacer economía. Mi provisión de pan se había agotado y debía renovarla; además quise calcular qué cantidad de semilla iba a bastarme para todo un año, a fin de sembrar anualmente una sola vez.

Llegué a calcular que las cuarenta fanegas de arroz y cebada excedían en mucho a lo que podía gastar en un año, y por tanto me propuse sembrar cada vez una cantidad igual a la de mi última plantación, confiando en que, de esa manera, tendría bastante para hacer mi pan y otras comidas.

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