Robinson Crusoe

9. La pisada en la arena

En tal disposición de ánimo viví cerca de un año, haciendo una vida retirada y tranquila como puede imaginarse; mis pensamientos estaban tan adaptados a mi presente condición, y había llegado a resignarme tanto a los designios de la Providencia, que hasta me consideré un hombre feliz en todos los aspectos salvo el de la compañía.

Mi ingenio seguía aplicándose a las labores mecánicas que debía realizar para suplir tantas cosas necesarias, y pienso que llegué a ser un excelente carpintero, sobre todo si se tiene en cuenta la escasez de herramientas en que me encontraba. Aparte de esto, mi experiencia como alfarero se acrecentó también y pude por fin moldear la arcilla con una rueda, lo que permitía obtener más fácilmente cacharros de buena forma, mientras que los antiguos apenas podían ser mirados. Pero nada creo que me haya ocasionado mayor satisfacción, haciéndome sentir tan orgulloso de mi habilidad, como el día en que llegué a construirme una pipa. Cierto que era muy tosca y fea, cocida al fuego como los otros objetos de arcilla, pero resultó fuerte y el humo tiraba perfectamente. Mucho me alegré porque me gustaba en extremo fumar; a bordo había pipas, pero al principio no las busqué, ya que ignoraba la existencia de tabaco en la isla, y cuando volví más tarde al casco del barco no pude encontrarlas.

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