Robinson Crusoe

Continuando del mismo modo en todo momento libre, las conversaciones que mantuvimos Viernes y yo fueron tales que aquellos tres años que vivimos juntos en la isla me parecieron absolutamente felices y venturosos, como si en verdad fuera posible la dicha total en algún sitio sublunar. Ya entonces el salvaje era un excelente cristiano, mejor por cierto que yo; tengo razón para creer y esperar, Dios sea bendito por ello, que ambos estábamos arrepentidos y que el consuelo divino nos había alcanzado ya. Con nosotros estaba la Palabra de Dios que podíamos leer, y no nos sentíamos más lejos de la ayuda de su gracia que si hubiésemos vivido en Inglaterra.

Todas las disputas, riñas, debates y cuestiones que la religión ha suscitado en el mundo, ya por discrepancias sutiles de doctrina o cismas en el gobierno de la Iglesia, nos eran totalmente ajenos, así como a mi entender lo han sido para el resto del mundo. Poseíamos la más segura guía del Cielo, es decir, la Palabra de Dios, claras nociones del Espíritu Divino que su Palabra nos enseñaba, conduciéndonos seguramente hacia la verdad e inculcándonos la voluntad y obediencia a sus dictados. No alcanzo a entender la utilidad que hubiese podido darnos el más profundo conocimiento de los puntos discutibles de la religión, por los cuales tantas confusiones acontecen en la Tierra. Pero debo ya proseguir con el relato de nuestra existencia y ordenar sus distintos episodios.

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