Robinson Crusoe

3. La plantación. El naufragio

Nunca estaré bastante agradecido al generoso comportamiento del capitán. Sin aceptar nada por mi pasaje, me dio veinte ducados por una piel de leopardo y cuarenta por la de león, ordenando que todo cuanto tenía yo a bordo me fuera entregado al detalle; me compró aquellas cosas que yo quería vender, como la caja de licores, dos escopetas y lo que quedaba del pedazo de cera con el cual había fabricado muchas velas. En resumen, me encontré en posesión de unas doscientas veinte piezas de a ocho y con esta suma desembarqué en el Brasil.

No llevaba mucho tiempo allí cuando fui recomendado por el capitán a un hombre de su misma honestidad que poseía un «ingenio», como llaman ellos a una plantación y fábrica de azúcar. Allí viví cierto tiempo, en cuyo transcurso aprendí a plantar y obtener el azúcar, y reparando en la agradable vida que llevaban los colonos y con cuánta facilidad se enriquecían resolví que si obtenía permiso para radicarme entre ellos me dedicaría a las plantaciones, tratando entretanto de recobrar los fondos que había dejado en Londres. Con este fin solicité y obtuve una especie de carta de naturalización y gasté el dinero que poseía en comprar tierra inculta, trazando los planes para una plantación y establecimiento de acuerdo con la cantidad que esperaba recibir de Inglaterra.

eXTReMe Tracker