Oliver Twist

Tal era el estado en que Oliver se encontraba. Con los ojos casi cerrados estaba viendo al judío, oía sus silbidos y hasta reconocía el rumor producido por el roce de la cuchara contra las paredes de la cacerola, y al propio tiempo su espíritu volaba libre y sin trabas por el espacio, reanudando sus relaciones con cuantos mortales había conocido en la tierra.

Hecho el café, el judío retiró la cacerola y permaneció algunos instantes como indeciso, cual si no supiera cómo emplear el tiempo. Giró luego sobre sus talones, miró a Oliver, le llamó por su nombre, y como no recibiera respuesta, supuso que el muchacho continuaba durmiendo profundamente.

Satisfecho al parecer sobre este particular, el judío se llegó hasta la puerta y la cerró. Seguidamente alzó algo, que Oliver creyó que era la tapadera de una trampa abierta en el suelo, y de su fondo retiró una cajita que colocó cuidadosamente sobre la mesa. Lanzaban sus ojos destellos luminosos al abrir la cajita y mirar ansioso su contenido. Arrastrando una silla junto a la mesa, se sentó, y del interior de la cajita sacó un reloj magnífico de oro guarnecido de brillantes.


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