Oliver Twist

Encendióse el rostro de Oliver al comprender que el viejo leía como en libro abierto en su pensamiento, pero sobreponiéndose a su turbación, contestó resueltamente:

—Es verdad, quisiera saberlo.

—Pues qué, ¿no lo adivinas? —preguntó el judío, eludiendo la cuestión.

—No, señor —respondió Oliver.

—¡Bah! —exclamó el judío, dejando de examinar el rostro del muchacho—. Ten paciencia, que Guillermo te pondrá al corriente de todo.

Pareció contrariar al judío el hecho de que Oliver no manifestara más curiosidad por conocer de qué se trataba; pero a bien que no selló los labios del muchacho la falta de curiosidad, sino la inquietud, la turbulencia de sus propios pensamientos. Hubiera preguntado de buen grado, y no le fue posible en los primeros momentos, y cuando repuso algún tanto, no volvió a presentársele ocasión, porque el judío no desarrugó el entrecejo ni volvió a hablar palabra hasta que cerró noche.

—Puedes encender luz —dijo judío, poniendo una vela sobre mesa—, y distraerte leyendo este libro hasta que vengan por ti. Buenas noches.

—Buenas noches —contestó Oliver.

Encaminóse Fajín hacia la puerta pero sin dejar de mirar de soslayo al muchacho. De pronto hizo alto, y llamó por el nombre a Oliver.

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