Oliver Twist

—Hicieron fuego e hirieron al muchacho. Emprendimos la retirada por los campos llevando al muchacho entre nosotros… ¡Nos perseguían!… ¡Nos daban caza!… ¡Ira de Dios! ¡Medio mundo nos pisaba los talones y los perros se nos venían encima!

—¿Pero y el muchacho… y el muchacho? —preguntó Fajín con voz ahogada.

—Guillermo se lo echó a cuestas y corría como el viento. Nos detuvimos un instante para llevarlo entre los dos. La cabeza le colgaba y estaba helado. Nos daban alcance, nos pisaban nuestros perseguidores, y en esos casos, se impone el sálvase quien pueda. Soltamos al muñeco y le dejamos al borde de un foso, no sé si muerto o vivo. Amigo mío, cuando se trata de nada menos que de la horca, la ley natural obliga a todo hijo de vecino a mirar por sí, aunque a su semejante lo parta un rayo.

No quiso escuchar más el judío. Lanzando una blasfemia horrible y mesándose los cabellos, salió como un torbellino de la estancia y de la casa.



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