Oliver Twist

—¡Tú, sí, tú eres la que siempre me pides besos! —insistió Noé—. ¡Y me los da a cada paso, señor Bumble, me coge por debajo de la barba, y me besa, y me abraza, y me hace el amor de todas las maneras!

—¡Silencio! —gritó con severidad el bedel—. ¡Vete a la cocina, desvergonzada! Y tú, Noé, cierra la tienda, y a callar. Cuando venga tu amo, dile que el señor Bumble manda que mañana temprano envíe el cascarón para la vieja, que ha muerto esta noche. ¿Oyes? ¡Besos! —exclamó Bumble, juntando las manos con expresión de horror—. ¡Asusta, espanta la maldad, la depravación de la clase baja de este distrito parroquial! ¡Si el Parlamento no adopta medidas eficaces, la patria está perdida sin remedio! ¡Las costumbres puras y sencillas de los honrados lugareños han naufragado en el corrompido mar de la depravación universal!

Hablando de esta suerte, el ejemplar bedel salió de la funeraria con continente sombrío y majestuoso.

Y ahora, puesto que le hemos seguido hasta la calle, puesto que le dejamos en el camino de su casa después de haber hecho todos los preparativos para el sepelio de la pobre anciana, iremos a buscar al infeliz Oliver Twist, de quien ignoramos si continúa todavía sin conocimiento al borde del foso en el que le dejó Tomás Crackit.

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