Oliver Twist

—¡Más deprisa, ira de Dios! —bramó Sikes, dejando al herido en tierra y sacando una pistola—. ¡No te hagas el remolón, que puede pesarte!

El estruendo creció considerablemente en aquel momento. Sikes dirigió nuevamente alrededor miradas inquietas, y pudo ver que sus perseguidores rebasaban la cerca de la posesión en que se encontraba él, y que a su frente venían dos perros.

—¡Estamos perdidos, Guillermo! —gritó Tomás—. ¡Deja al muñeco y enseñemos los talones a esos bárbaros!

A la par que daba el consejo, Tomás Crackit, prefiriendo arrostrar el peligro de ser fusilado por su cómplice a la certidumbre de caer en manos de sus perseguidores, volvió grupas resueltamente y echó a correr cual si en los pies le hubieran nacido alas. Sikes rechinó los dientes, volvió a mirar alrededor, tendió sobre el inanimado cuerpo de Oliver la esclavina con que le abrigara antes, y emprendió veloz carrera a lo largo de la cerca con ánimo de llamar la atención de sus perseguidores y alejarlos del sitio en que el muchacho quedaba tendido. Frente a otra cerca que le salió al paso, y que cortaba a la primera en ángulo recto, hizo breve salto, disparó al aire su pistola, saltó el obstáculo, y desapareció.

—¡Eh, valientes! —gritó una voz, que el miedo hacía temblar—. ¡Tigre!… ¡Neptuno… aquí!

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