—¿Conque está usted decidido a ser mi compañero de viaje? —Preguntó el doctor, al presentarse Enrique en el comedor, donde se encontraba con Oliver—. ¡No era eso lo que pensaba usted hace dos horas y media! ¡Por supuesto, que ya sé que suele usted cambiar de parecer con más frecuencia que de camisa!
—No me dirá usted lo mismo dentro de pocos dÃas, doctor —contestó Enrique con cierto embarazo que al parecer no tenÃa motivo justificado.
—Trabajillo le costará convencerme —replicó el doctor—. Ayer por la mañana, sin ir más lejos se ocurre a usted de pronto permanecer aquÃ, con objeto de acompañar como buen hijo, a su madre a los baños de mar: la misma mañana antes del mediodÃa, me anuncia que va a hacerme el honor de acompañarme hasta Chertsey, siguiendo el viaje hasta Londres; llega noche, y viene con gran misterio, más interés a rogarme que me vaya solo antes de levantarse la señora de todo lo cual ha resultado que ahà tenemos al pobre Oliver clavado en esa silla, cuando debiera encontrarse corriendo por esas praderas a la caza de fenómenos botánicos de toda clase. Es una desgracia; ¿no es cierto, Oliver?