Oliver Twist

—¡No, querida niña, no ha llamado! —contestó el señor Brownlow, que él era el acompañante de Rosa—. Ni ha hablado, ni se ha movido, ni creo que se moverá hasta que nos hayamos alejado nosotros.

Tan afectada estaba Rosa Maylie, que con dificultad podía dar un paso: el señor Brownlow hubo de ofrecerle el brazo.

No bien se hubieron alejado, Anita se dejó caer sobre los escalones de piedra. Las crueles agonías que atenaceaban su corazón se cuajaron en lágrimas amargas que brotaron de sus ojos.

Levantóse al cabo de algún tiempo, y con paso débil y tambaleándose subió la escalera que conducía al puente. El espía continuó en su puesto algunos minutos más, y una vez se hubo convencido de que estaba solo, salió de su escondite y, pegado al muro, subió en la misma forma que antes descendiera.

Llegado a lo alto de la misma, antes de atreverse a asomar la cabeza, escudriñó con mirada de búho los alrededores, y cuando adquirió la seguridad de que nadie le observaba, echó a correr con cuanta velocidad le permitían sus piernas en dirección a la casa de Fajín.

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