Oliver Twist

—Muy pronto podrás disfrutar de esa alegría —contestó Rosa, tomando entre sus manos las de Oliver—. Le dirás que eres muy feliz, que te has hecho rico, y que tu mayor placer es volver a buscarle para hacerle feliz también a él.

—¡Sí… sí… —exclamó entusiasmado Oliver—. ¡Y lo… lo sacaremos de allí, y lo vestiremos y lo instruiremos, y lo enviaremos al campo para que crezca y engorde!… ¿verdad que sí?

Rosa contestó con una señal afirmativa, pues las lágrimas de felicidad que corrían por las mejillas del muchacho mientras sonreía, la, habían afectado profundamente y casi le impedían hablar.

—Usted será para él muy buena, muy dulce, porque lo es para todo el mundo —repuso Oliver—. Ya sé que llorará usted cuando Ricardito le cuente su historia… ¡Oh, sí, llorará! ¡Pero no importa! Se secarán las lágrimas y volverá a sonreír… ¡Ya lo creo que volverá!… También mi historia la hizo llorar a usted, y, sin embargo, ahora sonríe… Cuando yo me escapé, mi amiguito me dijo: «¡Dios te bendiga!» —prosiguió el muchacho, profundamente afectado—. Cuando yo le vea ahora, le diré: «¡Dios te bendice!»

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