AsÃ, por ejemplo, cuando encargaban a Sowerberry un entierro para cualquiera persona anciana y rica que dejaba en el mundo abundante cosecha de sobrinos y sobrinas, todos los cuales se habÃan mostrado inconsolables durante la última enfermedad, y cuyo dolor habÃa sido tan acerbo que ni en público les fue posible refrenar su explosión, veÃalos Oliver en su casa alegres y contentos, conversando entre sà con tanta placidez de espÃritu y tanta serenidad, como si nada desagradable les hubiese acontecido. No faltaban tampoco maridos que soportaban la pérdida de sus queridas esposas con resignación heroica, ni mujeres que, al vestir luto por sus maridos, procuraban dar a su traje el mayor atractivo posible. Observó asimismo que aquellos precisamente cuyo dolor habÃa sido más profundo durante el entierro, aquellos que más inconsolables parecÃan, se calmaban al llegar a su casa y reconquistaban la tranquilidad más beatÃfica antes que hubiera pasado la hora de la merienda.
Un espectáculo como ese, curioso y consolador a la vez, excitaba la admiración de Oliver.