Tiempos difíciles

Entre los caballeros refinados que no pertenecían de una manera normal a la escuela de Gradgrind, había uno de buena familia y mejor presencia, dotado de un feliz y extraño humorismo, que había obtenido un éxito inmenso en la Cámara de representantes en cierta ocasión en que la obsequió -a la Cámara y al Consejo de administración de cierto ferrocarril- con su descripción de un accidente ferroviario en el que los más cuidadosos empleados de ferrocarril que había en el mundo, a sueldo de los gerentes de compañía más espléndidos de que existía memoria, manejando la maquinaria más perfecta que jamás se planeó, en la línea ferroviaria mejor construida hasta entonces, habían matado a cinco personas y herido a treinta y dos por una pura desgracia, sin la cual todas las excelencias de todo aquel sistema habrían quedado real y verdaderamente imperfectas. 

Entre los muertos en el accidente figuraba una vaca, y entre las prendas perdidas y sin propietario la cofia de una viuda. El honorable diputado había cosquilleado a la Cámara -que disfruta de un fino sentido del humor-, haciéndola reír de tal manera al ponerle la cofia en la cabeza a la vaca, que aquélla no quiso escuchar nada a propósito de la investigación judicial y absolvió al ferrocarril entre aplausos y risas.

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