Tiempos difíciles

 

CAPITULO IV

EL SEÑOR BOUNDERBY

Y si no era la señora Grundy, ¿quién era el señor Bounderby? 

¡Quién iba a ser! Era tollo lo amigo del alma del señor Gradgrind que cabía en un hombre totalmente desprovisto de sentimiento que aspirase a una relación espiritual con otro hombre totalmente desprovisto de sentimiento. El señor Bounderby andaba tan cerca o tan lejos -como el lector prefiera-, de esa amistad del alma.

Era hombre rico: banquero, comerciante, fabricante y no sé cuántas cosas más. Grueso, vocinglero, de mirada penetrante y risa metálica. Parecía hecho de un material tosco que había sido estirado mucho para darle mayor volumen. De cabeza y frente grandes, voluminosas, con las venas de las sienes hinchadas y la piel de la cara tan tirante, que parecía que no le dejaba cerrar los ojos y que tiraba de sus cejas hacia arriba. Todo su aspecto producía el efecto de estar inflado como un globo y pronto a subir por los aires. Era un hombre que jamás creía haberse jactado lo suficiente de que era hijo de sus propias obras. Era un hombre que proclamaba constantemente, por la metálica trompeta parlante de su voz, su ignorancia de otros tiempos, su pobreza de otros tiempos. Era un hombre al que podría llamársele el fanfarrón de la humildad.

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