Tiempos difíciles

¿Por qué había de sorprenderse desagradablemente Luisa, o ponerse en guardia por esta insistencia en el mismo tema? Después de todo, no era tan grande como para sobresaltarse la diferencia que había con los principios de su padre y con las lecciones en que ella había sido educada desde los primeros años de su vida. ¿Dónde estaba la gran diferencia entre ambas escuelas, puesto que una y otra la encadenaban a las realidades materiales, y ninguna de las dos le inspiraba fe en otra cosa?

¿Qué es lo que Tomás Gradgrind había moldeado en el alma de su hija cuando estaba en estado de inocencia y que Santiago Harthouse pudiese destruir?

Resultaba más dañoso todavía en semejante situación el que, aun antes que su eminentemente práctico padre hubiese empezado a moldearla, existiese dentro de ella una tendencia que pugnaba, entre dudas y resentimientos, por creer en una Humanidad más noble y más amplia que aquella de que le hablaban. Entre dudas, porque esa aspiración había quedado arrumbada durante su juventud. Con resentimientos, por el daño que con ello se le había causado, si es que constituía en verdad un vislumbre de la verdad. La filosofía de Harthouse venía a traer un alivio y una justificación a un temperamento habituado durante tanto tiempo al dominio de sus propios impulsos, a un alma martirizada y en lucha consigo misma. «¿Qué más da?», había ella contestado a su padre cuando éste le propuso casarse con su marido actual.

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