Tiempos difíciles

La besó otra vez, se dio media vuelta, se echó el cobertor por encima de la cabeza y permaneció tan inmóvil como si hubiese llegado ya la hora aquella por la que su hermana le había conjurado a que hablase. Luisa permaneció algún tiempo junto a la cama antes de alejarse muy poco a poco. Al llegar a la puerta se detuvo, la abrió, dio media vuelta para mirar hacia el interior de la habitación y preguntó a su hermano si la había llamado. Pero él permaneció inmóvil, y entonces ella cerró suavemente la puerta y regresó a su dormitorio.

Al cabo de unos momentos, el desgraciado muchacho levantó la cabeza para mirar cautelosamente; al ver que Luisa se había marchado, deslizóse fuera de la cama, cerró la puerta con llave y se arrojó otra vez sobre la almohada, mesándose el cabello, llorando con ira, amándola a pesar suyo, despreciándose a sí mismo con rencor, pero sin arrepentimiento, y maldiciendo con igual rencor y ningún provecho de todo cuanto de bueno hay en el mundo.




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