Tiempos difíciles

Hasta la facultad de moverse la había abandonado, excepto en la cabeza, que a duras penas conseguía ladear a derecha e izquierda.

Su imaginación le hizo creer, sin embargo, que su deseo había sido satisfecho y que tenía en la mano la pluma, que hubiera sido incapaz de sostener. Poco importa que los dibujos que empezó a trazar sobre el cobertor de su cama tuviesen una maravillosa falta de sentido. Pronto la mano se detuvo en su tarea; la débil y pálida lucecita que brillaba siempre detrás de la tenue transparencia se apagó. Al salir de las tinieblas entre las que el hombre camina y se afana en vano, hasta la señora Gradgrind se revistió de la imponente serenidad de los sabios y de los patriarcas.








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